julio 07, 2004

UNA HISTORIA MÁS.

He ahí. El cuerpo de un hombre en sus 60’s yace sobre el duro suelo encementado del boulevard Industrial, Otay. Estoy a tiempo de llegar a mi lugar de labores, con los 30 minutos exactamente. Al buscar un taxi, paso junto al cuerpo y pienso “otro borracho más”. Paso y lo que menos me importa es el alcohólico. Encuentro un transporte pero al preguntar si pasaba por el CECUT gira su cuello sin articular palabra, tal parece que se levantó con demasiada indolencia ante el deprimente tráfico que abraza nuestra ciudad. Sin perder más el tiempo, decido buscar otro pero para hacerlo tendría que pasar por donde reposaba el hombre. Mientras caminaba hacía el punto B, un hombre observaba con detenimiento al que estaba en el piso, su cara era una verdadera interrogante y yo también observé. El hombre en el piso no era un borracho más que se “ahogaba” y como ya no podía caminar, se quedaba dormido en la banqueta hasta que llegara la cruda y tuviera que pedir más dinero para su “pachita”. Era más que eso. Estaba entumido, casi erguido, pero no se movía. Sus ojos no estaban del todo cerrados y se alcanzaban a ver sus pupilas. Su boca también algo abierta que quedó paralizada. Sus orificios nasales tampoco respondían. Sus manos estaban inmovilizadas, petrificadas, dobladas hacia abajo y con los dedos casi estirados. Me acerqué un poco más y noté que su cuerpo no estaba del todo descansando en el piso pues de la cintura para arriba estaba a al menos 10 centímetros del piso. Es imposible que una persona pueda aguantar estar en esa posición por más de 5 minutos, tendría que estar en excelentes condiciones y el ser que yacía ahí no parecía estar en sus mejores tiempos, de hecho, pudiera jurar que estaba en lo peor de su vida. Junto a él, un último desecho humano que pudo expulsar, o tal vez de un pobre canino que ya no pudo aguantar más. Estaba tapado hasta la cintura con una cobija azul muy sucia y sus pies salían del encuadre caluroso. Lo observé por un minuto, hasta que escuché el claxon de un transporte público que me ofrecía llevarme. Por supuesto subí al taxi, de otra manera llegaría tarde a mi deber social. La imagen del cadáver quedó grabada en mi cabeza. Me cuestioné lo fría que se ha vuelto esta sociedad. A nadie le importó (todos pasaban como si en lugar de un ser humano hubiese un perro desviscerado) y seguían su camino. ¿Por qué no me quedé y llamé a “alguien” para que hiciera algo? Por lo menos debí taparle el rostro con aquella cobija para regresarle su olvidada diginidad. ¡Lo siento! Tenía que irme, tenía que llegar temprano, tengo ya muchos retardos, y me importó más esto que ayudar a un pobre hombre. En recursos humanos no me iban a creer, ni siquiera mi jefe lo hubiese hecho. Pero, ¿dónde diablos está la compasión, la hermandad, la bondad? Todo se ha vuelto materialista, INDIVIDUALISTA. “El resto del mundo no me interesa mientras llegue a mi trabajo”. No intento convertirme en el próximo Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta, pero qué pasa, qué es lo que realmente sucede con nuestra gente, con nuestros sentimientos, con nuestro mundo de carros, Tarantino y Versace. ¡¡¡¿QUÉ?!!!