septiembre 17, 2006

En una noche cualquiera

Ayer fuimos a un bar. Rocío, Gibrán, Juan Carlos y no recuerdo quién más. Nos divertíamos como nunca. Bailábamos, tomábamos, fumábamos, cantábamos, pero de un de repente recibo un golpe a unos centímetros arriba de la frente de lado izquierdo. El golpe se escuchó como un estallido de vidrios. No era un golpe cualquiera. Me había caído un vaso en la cabeza. La sangre comenzó a emanar, me cegaba, me empapaba. Llevé mi mano izquierda a la herida y un pedazo de piel en forma de círculo volaba de la herida y tenía cabellos. ¡Qué asco! Pensé ¡chin! tendrán que darme puntadas. No había dolor, ni queja, lo único preocupante eran las puntadas y tal vez la recuperación. Los demás parecían asqueados ante la escena mas no mis amigos. Creo que necesito ir al hospital les decía, pero a ellos parecía no importarles mi desgracia. Oigan, en serio, tengo un pedazo en forma de círculo volando, ¿no se infecta o algo? pero ellos querían seguir divirtiéndose, me decían espérate tantito, nos tomamos esta y nos vamos, yo solo asentía. Mi faz era roja y de tanto tocarme el pedazo se desprendió. Chingado, ahora tengo que conseguir hielo para que no se eche a perder y me lo puedan volver a pegar. Traje el pedazo de carne con pelos en mis manos por quien sabe cuantas horas. De rojo se volvió blanco. Creo que mi piel se ha muerto, ¿cómo podría conseguir otro? ¿De que color tienen la piel los perros? ¿Empezaré a ladrar? Lo único que recuerdo es que caminábamos por la calle, no se con qué rumbo. Yo sólo quería que me volvieran a pegar mi pedazo de piel. Yo no quería la de un perro. Yo quería la mía. Ya salió el sol.